El agua pura del manantial entre la nieve
Termina el segundo día del año. Tomamos el último café con el agua que recogimos del manantial de Shirakawa Suigen.
La pureza de ese agua que mana sin cesar a unos catorce grados centígrados es famosa en todo Japón. Los torii, los pabellones shintoistas, así lo atestiguan. La pureza tan fundamental en el shintoismo, aquí se bebe, se respira, se vive.
La nieve cubre casi todo el paisaje de un tono irreal e inmaculado. Las montañas lejanas apenas se perciben entre las nubes.
Sobre un banco cascabeles de varios tamaños que muestran signos evidentes de haber estado bajo el agua. ¿Quién los sacaría? ¿Quién los echaría? ¿Por qué? Quizá alguna ofrenda… Las piedrecillas y algas del fondo son perfectamente identificables a pesar de la profundidad. Es un agua que parece no estar. Y sin embargo…
Aquí, ya de vuelta en Kumamoto, sabe a nada el agua del manantial. La nieve, el aire casi blanco, la quietud de las montañas está en ella. Sin estar.
