Merece la pena entrar en el Cal Jordi, solo por conocer a su dueño. Jordi lo trata con mucho mimo y la comida es exquisita. Cuida a sus clientes con ahinco y si es fácil acabar charlando con él, incluso acabando en una competición de moscatel con porrón (que entra solito, aviso). Si podéis avisar con tiempo y pedid el cochinillo, que es absolutamente delicioso (y me consta que lo cocina durante al menos 10 horas). Para chuparse los dedos.
Un fin de semana de esos en los que huyes de la gran ciudad acabamos en Montblanc. No somos de grandes restaurantes pero "por una vez" decidimos entrar. Todo un acierto, la carta no es lo más barato que encontraréis pero sí platos exquisitos con gran variedad tanto de primeros como segundos y postres hechos en casa para chuparse los dedos (si tienen el crumble no dudéis en pedirlo!).
No debe olvidarse hacer mención al cocinero, una de esas personas que pone la guinda al buen servicio y a sentirse cuidado.
Amabilidad y buen comer en un sitio que destaca.
