La ciudad fortificada
Las tierras de Palma son bien queridas por las aguas de dos ríos, el Guadalquivir y el Genil, que regalan a sus terrenos una fértil tierra, capaz de cobijar inmensas hileras de naranjos. Huele a azahar el aire de esta ciudad que ha aprendido como ninguna a contar historias y a manifestar arrebatados sentimientos bajo los sones de las peteneras.
Y así ha sido siempre, en todas las épocas. Y de todas va guardando algo.
De la almohade se conservan todavía algunos restos de las murallas entre los que destacan varios lienzos y torreones, con puertas como el "Arquito quemado", por donde entraron los habitantes de la ciudad tras su victoria sobre los moros en 1483. Según los historiadores, la ciudad gozó de una importancia estratégica relevante dentro de las poblaciones que hacían frontera con el reino cristiano.