Soledad absoluta
Después de disfrutar de un espectacular día a bordo del barco Tina, en medio del mar y avistando ballenas piloto, aún teníamos más necesidad de agua salada. Desde pequeño, he sentido una especial atracción por los lugares de costa que fueron en su día embarcaderos o muelles, no se si será por la unión de la arquitectura humana con la fuerza salvaje del mar, la transparencia del agua inmaculada, sin tierra ni arenas revueltas. Así que decidimos buscar por los alrededores de Playa de Santiago algo diferente a las preciosas playas de arena negra de la Gomera. Y lo encontramos.
Tras pasar el acantilado donde se levanta el Hotel Tecina, descendimos por una carretera asfaltada la borde del mar. Había varias playas a elegir, cada una con su forma y su encanto. Sin embargo nos decidimos por la primera por una sencilla razón. Al estar pegada al acantilado, el ingenio del hombre había levantado una explanada que llevaba a la punta del mismo, con un almacén, una grúa o pescante ya muy oxidada y un maravilloso muelle donde pasar la tarde.