Cuando se pierde lo autentico
Mucho han cambiado las cosas en este restaurante desde que estuve aquí en 2002. Entonces era un restaurante de pueblo con una cocina excelente al que nos acercábamos los que visitábamos el yacimiento arqueológico de Atapuerca. La mayoría veníamos a probar su “olla podrida", plato típico de la zona. Desde aquel año parece que han tenido un éxito imparable. Ahora tienen un tenedor, un edificio totalmente nuevo y un trato propio de cualquier restaurante con pretensiones. Todo es más elegante y también más impersonal. Qué pena. A nosotros nos atendió una camarera hipertensa, de esas que parece que hay que pedirles perdón por cada cosa que pides y que consiguió que no disfrutase de la comida.