Pasear, disfrutar del lugar tranquilamente, mirar hacia el infinito...
Después de un merecido (creo) descanso y de dejar el coche un poco más cerca del destino elegido, nos pertrechamos adecuadamente, nos colocamos las mochilas, un sombrero de paja para los nocivos rayos de un día luminoso y ganas de empezar.
Unas cuestas bastante fáciles, unos ligeros momentos de cierto desconcierto por la multitud de caminitos y senderos que se entrecruzaban y elegido el correcto... para arriba, tranquilamente, sin prisas pero sin demasiadas pausas. Unas lomas que cada vez nos acercaban más al destino, un rebaño de caballos medio salvajes, después otros un poco más lejos y un ligero descanso para embeberse del paisaje. Un riachuelo nos llama la atención y buscamos el agradable sonido del agua fría y salvaje que corría tras haberse derretido de un nevero cercano.