Suenan sus palomas
Por mucho que se haya visto en fotos y en la televisión, es necesario visitarla para comprender su magnitud, su grandeza, el refugio tranquilo que en la caótica Roma emerge tras su columnata.
Suenan sus palomas y el agua de las dos fuentes que dan la bienvenida. Sus columnatas se abren como unos brazos que acogiesen al que viene de lejos.
En medio, el obelisco, presidiendo la plaza como testigo firme de los cristianos que murieron en los circos romanos, entre ellos, San Pedro. Pero también, testigo del atentado contra Juan Pablo II, tal como marca la baldosa roja en la que se produjo el disparo, y de los millones de turistas que pasan cada día fascinados de la insignificancia de su tamaño ante tal despliegue de desmesura pétrea.