Un lugar de acogida.
Sobrio y al mismo tiempo, tan acogedor, debió de haberles parecido el atrio de la Basílica de San Ambrosio a todos los peregrinos que entraban a la ciudad a través de la muralla y eran recibidos por el mismo obispo Ambrosio, quien los recogía con misericordia y les permitía el descanso después de transitar los entonces parajes salvajes y peligrosos que circundaban la ciudad.
Hoy el atrio, tan largo como la iglesia, se encuentra vacío, pero basta con leer un poco y enterarse sobre la vida de este sacerdote que hizo tanto bien por los italianos de ese entonces y por la Iglesia misma.
El material de construcción del atrio y de la basílica misma es pobre, principalmente ladrillos de diversos colores, piedra y yeso blanco; y su proveniencia es local.