Hato El Cedral
Me gusta la naturaleza, me gustan los animales, por eso siento que disfruto mucho un recorrido como el que este lugar ofrece. No me importó que desde Caracas hasta la Puerta del hato transitaran unas nueve horas de camino, recorrido en el que se ve la llanura espléndida, el verde que golpea la mirada; verde porque viajo en invierno y el paisaje es totalmente diferente en esta época del año. Son dos llano, uno en verano agreste, salvaje y este que hoy me toca andar, suave e inundado.
La actividad en el Hato El Cedral comienza prácticamente desde que se llega a la hacienda, no hay espacio para perder tiempo porque las rutas son largas y las paradas espaciadas. El campamento principal cuenta con cómodas habitaciones, un comedor y una pequeña piscina, pero en este caso a veces esto es irrelevante, porque el atractivo es otro. Aquí tienen unos camiones desde donde se puede ir mirando hacia los lados, muy pendientes de la salida de cualquier animal; aunque no hay que hacer mucho esfuerzo porque ya desde la entrada hasta la llegada a la casa principal la vista de los chigüires acompañan al visitante. Estos animales considerados el roedor más grande del mundo se instalan sin pena alguna en plena vía con sus crías. Como son respetados y admirados, ellos no se asustan si sienten cerca los neumáticos de un carro, más bien miran, haciendo sentir al turista que ellos son los invitados. Este es su hábitat, sus dominios. En El Cedral existe una población de unos siete mil chigüires que corren libres por la sabana. Se les puede ver en grupos, con sus bebés muy cerca. A cada macho le tocan cinco hembras y cada tres meses nacen entre dos y diez crías por madre. Así que ya uno de puede imaginar porque se ven en cualquier punto de las excursiones.