En el confín del mundo
El extremo occidental de la desconocida península de Reykjanes nos presenta otro de los paisajes más accidentados y salvajes de Islandia, con playas que si bien no son vírgenes, parecen serlo, ya que no hay una cultura del baño y del sol, como en los países más meridionales por lo que no hay construcciones, chiringuitos de playa o la más simple tumbona.
Lo que sí que hay es enormes extensiones de arena y mar, peñascos azotados por la lluvia y el viento y una sensación de soledad bastante inquietante. Y eso que sólo está a unos 25 kilómetros de Reykiavik.
Para llegar a este singular enclave, debemos pasar primero el pueblo de Gardur, para tropezarnos casi de repente con el precioso y muy ventoso cabo de Gardkagi, objetivo de ornitólogos de todo el mundo por ser lugar de residencia y nidificación de gran variedad de aves marinas, así como lugar de paso para focas y ballenas.