Hacía años que no volvía por las calles an...
Hacía años que no volvía por las calles angostas de esta tranquila ciudad castellana. A pesar del sempiterno frío que la ha hecho legendaria, me adhiero a uno de sus lemas que rezan aquello de "Burgos no te dejará frío".
Camino sobre el empedrado de estas calles, que guardan los secretos de un pasado que se me antoja sombrío, y descubro más bien lo contrario: Cada uno de esos cantos rodados son un espejo en el que, al mirarme, me reflejo inmersa en una historia perdida. Aquí la Iglesia de San Nicolás, donde visualizo la mano ágil del tallador, allí el Monasterio de las Huelgas, donde la abadesa ostentaba un poder inverosímil para una mujer medieval, más allá descubro la Iglesia de Santa Agueda, me siento al lado del Cid justo antes de su destierro y dudo de la buena fe del rey castellano. Un nuevo sendero de cantos rodados me llevan por la calle Embajadores ante la famosa Catedral, donde descubro a cientos de hombres colgados de sus agujas, diseñando cada una de las miles de figuras que la adornan.