Un retroceso en el tiempo
La verdad que es otro de los iconos de la capital rusa, que gozada entrar en el. Os lo recomiendo, es una de las formas de saborear ya no solo su rico y famosísimo chocolate caliente, que estaba delicioso.
Es entrar a un café, que es museo hoy en día, frecuentado en su día por el poeta ruso Alexander Pushkin.
Todo esta cuidado al mínimo detalle, es transportarnos al siglo XVIII en sensaciones, fieles a épocas de antaño. Su elegancia es a muy fina, rica en crear un ambiente coqueto tanto en los tonos pasteles, los detalles de asientos para los bolsos, enseguida me le trajeron para o dejarle en el suelo, lo podéis ojear.