6 de la tarde, el sol se esconde...
6 de la tarde, el sol se esconde pausadamente mientras los últimos rayos del día iluminan los amontonados ladrillos que sin ningún orden o equilibrio forman los ranchos de este caminito. No más de 5 minutos, en este nuevo lugar, me tomó para sentirme cómoda y a gusto. Gracias al cálido saludo de los niños, quienes me abrazaban y empujaban, me adentré cada vez más a este espacio tan familiar. Los niños rapean letras de su más cercana realidad y se pasean por ese cerro infinito, dónde la hora y la fronteras para sus juegos, parecen gozar de más libertad y minutos que el de un niño con mayores posibilidades económicas. Dónde el tiempo libre no siempre recibe al ocio y a la contemplación si no a los malos hábitos. En el Barrio Bolívar, en este callejón, La Señora María nos recibe en su casa, a la cual entran todos sin necesidad de una invitación formal. Parece que todos se conocen, son una pequeña comunidad dentro de un mundo ajeno y misterioso para muchos en esta ciudad. María ayuda al grupo juvenil de Primero Justicia a montar un cine para los niños en la cancha de basket de la zona, todos los lunes y jueves. Ella trabaja en nuestra universidad y prepara a los niños del barrio para el bautizo y la comunión. Uno de los niños que nos acompaña, 7 años de edad calculo, me agarra de la mano y me hala pidiéndome que lo acompañe a pedirle a su papá permiso para asistir al cine. De repente, me encuentro frente a la casa de una tradicional familia venezolana, que muchos tendemos a ignorar. Todos los miembros se asoman con asombro frente a mi figura ajena y desconocida en aquel lugar; el padre se me acerca con una mirada incrédula pero que parece desvanecerse al conceder el permiso.