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Precioso
Uno de los iconos que jamás olvidaremos de nuestro viaje transiberiano serán esas pequeñas aldeas remotas que salpicaban cada cierto tiempo el paisaje blanco de los Urales.
Además de darle un entrañable toque de color a esa estampa invernal tan propia de Rusia, nuestras mentes despegaban intentando imaginar cómo podrían vivir esas personas, de dónde vendrían, qué harían en su día a día, en paisajes tan remotos y desolados. Torres de humo salían de cada casa de madera mientras nuestro tren las iban pasando unas tras otras. Eran las aldeas de Siberia. Nadie las visitará.
No tendrán
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