La pequeña fábrica
Durante siglos, la isla de Cabrera fue parada y fonda en las rutas de comercio marítimo del Mediterráneo, por su situación, su puerto natural y sobre todo la abundancia de agua potable. Aquí se asentaron pequeñas colonias de artesanos que intentaron aprovechar los pocos recursos de la isla para crear pequeñas manufacturas como ésta de salazones.
Al parecer la tradición la continuó un grupo de monjes que habitó en esta zona hasta que poco a poco acabó desapareciendo, así como casi todos los restos de sus actividades.
Más adelante, cuando la Guerra de la Independencia estaba en su apogeo, las tropas derrotadas por el ejército español fueron enviadas a la isla, que se convirtió en una cárcel natural. Los franceses transformaron las antiguas cubetas para salazones en pequeñas habitaciones donde resguardarse de las inclemencias del tiempo.